“Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes”, dijo alguna vez Woody Allen. Y no es para menos: cada vez más evidencia científica se acumula para confirmar que tenemos poca y nula influencia en nuestras decisiones.
Y si esto parece poco, también abundan los estudios que muestran cuántas variables que inciden en nuestro destino están fuera de nuestro control.
Hay un ejemplo sencillo que quería contarles hoy, un estudio acerca de la “buena suerte” relacionado con la fecha de nacimiento, que se inició hace diez años en el Festival Internacional de Ciencias de Edimburgo: se le pidió a los participantes de la feria su fecha de nacimiento y luego de les hizo responder un cuestionario diseñado especialmente para evaluar su nivel de buena fortuna. Los resultados fueron elocuentes: sobre una población de alrededor de 40.000 respuestas, se observó un patrón de “nivel de buena suerte percibido” relacionado en forma directa con el mes del año –en función de su temperatura promedio: en forma consistente, la mayor parte de los nacidos en verano se consideraban “con más suerte” que los nacidos en invierno.
Resultado de la encuesta inicial. Salvo por el mes de junio (considerada un error estadístico), los valores se ajustan al patrón estacional.
Leamos un extracto del análisis de los autores del estudio (R. Wiseman et. al.):
“Existe un gran número de explicaciones posibles para un efecto como éste. Muchas giran alrededor de la noción de que la temperatura ambiente es más fría en invierno que en verano. Tal vez porque los niños nacidos en invierno llegan a un ambiente más duro que los nacidos en verano, se mantienen más cerca de quienes cuidan de ellos y de esta manera son menos aventureros y afortunados en la vida. O tal vez las mujeres que dan a luz durante el invierno han consumido alimentos diferentes que las que alumbran en verano y esto afecta la personalidad de su prole. Cualquiera sea la explicación, el efecto es teóricamente fascinante y sugiere que la temperatura de los días previos y posteriores a la fecha de nacimiento tiene un efecto de largo plazo en el desarrollo de la personalidad.”
De todos modos, los investigadores se preguntaron hasta dónde esto tenía relación con las estaciones del año, por lo que, acto seguido, realizaron otro estudio, esta vez en el hemisferio sur: el Festival de Ciencias de la ciudad de Dunedin, al sur de Nueva Zelanda. En este caso, más de dos mil personas informaron su fecha de nacimiento y calificaron el grado de buena fortuna en sus vidas.Nuevamente apareció el mismo patrón ondulante a lo largo de los doce meses, y esta vez alcanzó su máximo en diciembre y el punto más bajo en abril. ¡Eureka!
Cuestionario evaluatorio del “nivel de buena suerte percibido”.
Al haber más horas de luz en los meses anteriores y posteriores al parto, los niños desarrollaron más dopamina, que incidió positivamente en su desarrollo temprano. Incluso hay investigaciones que relacionan los cuadros de esquizofrenia con las fallas de desarrollo temprano debido a la baja calidad de la luz solar.
Así que, tengamos en cuenta para nuestros hijos: a concebirlos en marzo o en setiembre, según estemos en el hemisferio sur o norte, ¡y éxito asegurado!
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